martes, 31 de marzo de 2009

Agua

Hacía muchísimo calor aquel mediodía de julio en que Carlos se asomó a la ventana de su dormitorio en el cuarto piso del número cuatro de la calle Julián Hernández de Madrid, y vio el agua.

Todo era agua hasta poco más de un palmo por debajo del alfeizar. Espejeaba al sol, y era lo bastante clara como para distinguir, tremolando en la distancia, las matrículas de los coches aparcados en su fondo. Madrid era una ciudad semihundida en un mar sin límites, y entre los semáforos y farolas sumergidos empezaban a insinuarse algas. Creyó oír de lejos, de donde quedaba Colón, el ladrido de invisibles gaviotas.

Carlos se asomó más, medio cuerpo, con la mano extendida, agobiado por el calor. Perdió pie.

Agua.

No hay comentarios:

Publicar un comentario